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La ansiedad del algoritmo

 

Un algoritmo en matemáticas es simplemente una serie de pasos que se siguen para realizar un cálculo, por ejemplo la fórmula para averiguar el área de un triángulo. Pero cuando hablamos de algoritmos online nos referimos a lo que los desarrolladores llaman “sistemas de recomendación”, que han sido utilizados desde el principio de las computadoras personales para ayudar a los usuarios a indexar el contenido digital.

Un reciente artículo de la revista The New Yorker, nos cuenta la historia de los algoritmos y su influencia en la vida digital. En 1992, ingenieros de Xerox en el Centro de Investigación de Palo Alto construyeron un algoritmo llamado Tapestry para clasificar los emails recibidos usando factores como “quién más ha abierto el mensaje” y “cómo han reaccionado” (filtro colaborativo). Dos años más tarde, investigadores del MIT Media Lab desarrollaron el Ringo, un sistema de recomendación de música que funcionaba comparando el gusto de los usuarios con otros a quienes les gustaba el mismo tipo de música (filtro de información social). El buscador original de Google, aparecido en 1998, dependía de PageRank, un algoritmo que se encargaba de medir la relativa importancia de un sitio web.

A partir de mediados de la década pasada, los sistemas de recomendación penetraron completamente en la vida online.

Facebook, Instagram y Twitter, evolucionaron desde alimentar recomendaciones cronológicamente hacia secuencias algorítmicas en las cuales las plataformas determinan cuáles son las decisiones que harán que el usuario permanezca más tiempo pegado a la pantalla. Spotify y Netflix introdujeron interfaces personalizadas que buscaban satisfacer los gustos de cada usuario. Estos cambios hicieron que las plataformas se sintieran menos predecibles y transparentes. Lo que cada usuario veía ya no era lo mismo que veía otro usuario.
Casi todas las grandes plataformas de internet usan algún tipo de recomendación algorítmica. Google Maps calcula las rutas usando variables no especificadas que incluyen conductas de tráfico habituales y la eficiencia de combustible, para llevarnos por los caminos más convenientes. La aplicación de delivery de comida Seamless carga elementos del menú que pueden interesar al usuario según las órdenes anteriores, la hora del día y qué es lo más popular en el vecindario. Los sistemas de mensajería de texto predicen qué es lo que un usuario va a tipear, según las oraciones más comunes. Pareciera que todas las aplicaciones tratan de adivinar qué es lo que quiere el usuario para adelantar la respuesta al usuario inclusive antes de que tenga claro la pregunta. Estamos constantemente negociando con el maldito algoritmo, inseguros de cómo nos comportaríamos si fuéramos dejados a nuestro propio arbitrio. No es de extrañar que nos pongamos ansiosos.

Los algoritmos no tendrían el poder que tienen si no fueran alimentados por ríos de datos que voluntariamente producimos cuando estamos navegando en sitios o aplicaciones que usan nuestras identidades y preferencias para ganar dinero. Cuando una publicidad de sostenes o colchones nos sigue en internet, el culpable no es solo el algoritmo de recomendación sino el modelo de negocios de la publicidad basada en redes sociales del que participan miles de millones de personas a diario.

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Los usuarios no pueden ser culpados por no entender el funcionamiento de los algoritmos, porque las gigantes tecnológicas se las arreglan para ocultar la forma en que éstos son sistematizados, por una parte para evitar que los copien y también para poder influir en la voluntad de los usuarios.
En el caso de las redes sociales, que han copado la atención digital en la última década y que últimamente están siendo tan discutidas, los algoritmos están programados para encontrar relaciones personales. Aunque la amistad es una de las mejores cosas de la vida y por lo tanto muy difícil de lograr, en el mundo digital uno puede tener hasta un millón de amigos. Así es como
funcionan Facebook, Instagram y Twitter. En el caso de TikTok, que se está devorando a las tres anteriores (que ahora tratan de imitarla para no perecer), el algoritmo está programado para encontrar relaciones de interés. Si un usuario ve un video de gatos, le aparecerán más videos de gatos. Por eso es que TikTok se considera una red de entretenimiento y no una red social. Y es una diferencia importante, tanto para los usuarios como para los anunciantes. Los usuarios de las redes sociales suelen reportar que salen de sus redes con ansiedad, enojo, amargura; mientras que de TikTok salen contentos. Los anunciantes reportan que obtienen un 30% más de resultados en TikTok que en Facebook o Instagram.
Pero en todos los casos lo que se busca en el fondo es que el usuario mantenga la atención en la plataforma la mayor parte del tiempo posible, porque cuanto más gente pase más tiempo en determinada aplicación más se cotiza la publicidad y más se factura.

Zuckerberg decía que su intención al crear Facebook era unir a la gente del planeta, sin embargo ahora Instagram y Facebook buscan parecerse a TikTok, la aplicación más descargada y la de mayor éxito del momento. Recientemente Facebook agregó un nuevo algoritmo llamado discovery engine (motor de descubrimiento), donde la función del algoritmo es buscar lo que mejor está funcionando en el momento y así envía sugerencias a los usuarios. “El contenido social de la gente que conoces seguirá siendo importante pero a eso le agregamos contenido interesante resultante de nuestros buscadores”, dijo recientemente el CEO de Meta.
Las personas más influenciables son las más jóvenes. Por primera vez tenemos gente que son nativos digitales. Es decir, gente que a diferencia de los adultos no conocen un mundo sin internet. Una reciente encuesta del Pew Research Center de Estados Unidos, dedicado al universo de los adolescentes que tienen entre 13 y 17 años, muestra que el 46% de estos adolescentes usa internet “casi todo el tiempo”. 

 

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